"La Fundación John Langdon Down AC tiene sus orígenes en la lúdica y amorosa presencia de un ser que llegó a la vida con una clara intención: ayudar a des-cubrirme y a des-cubrir el mundo a través de su mirada, mi hijo Eduardo.
Fue en aquel noviembre de 1967, a sus seis meses de vida, que escuché la sentencia que cambiaría sustancialmente mi visión del mundo y de las cosas. Mi pequeño hijo tenía síndrome de Down. Lo viví como un estigma, un anatema: “Eduardo no es, ni será nunca como los otros rostros de la realidad”, decían los médicos, decía el mundo. Me vi arrojada al peor de los abismos, más allá de toda compasión y tolerancia. El dolor era indecible, no existían palabras para expresarlo. Condenados a un destino trágico, sin futuro, ausente de esperanzas, me hice una con Eduardo en complicidad y en alianza; y lo amé, lo amé desde lo más profundo de mi ser: la maternidad, maternidad fragmentada por el sufrimiento y la ignorancia.
Sin embargo la naturaleza es sabia y el amor todavía más. Un día, repentinamente, Eduardo se marchó, pero no sin antes abrirme el camino hacia otros horizontes. Desde su corazón de niño me enseñó a amar la vida, a des-cubrir que el verdadero sentido es el servicio que se hace sintiendo y construyendo realidades, no únicamente el que pretende redimir el dolor y el sufrimiento de los demás, sino el que compromete y asume retos, abriendo espacios y dándole un nuevo sentido a la vida desde el corazón.
Desde esta nueva visión del mundo la Fundación John Langdon Down parte de la premisa de que la vida no sólo se bifurca en dos vertientes: el bien y el mal, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo real o lo imaginario, lo normal y lo anormal; por el contrario, la vida es un mar infinito donde se gesta lo posible, siempre y cuando exista la voluntad de hacerlo realidad".
Sylvia G. Escamilla
Presidenta-Fundadora